lunes, 4 de mayo de 2009

Acreedores de August Strindberg

ADOLFO-Entonces, ¿por que lo dijiste?
GUSTAVO-Porque me dabas lástima.
ADOLFO-Sí, doy lástima. ¡Es la bancarrota! ¡El fin! ¡Y lo peor es que ya no la tengo a ella!
GUSTAVO-¿Y para qué la quieres?
ADOLFO- Para que sea lo que fue aquel dios, antes de hacerme ateo: algo que yo pueda adorar...
GUSTAVO-¡Olvídate de adorar! ¡Sustitúyelo, por ejemplo, por un poco de sano desperecio!
ADOLFO-Yo no puedo vivir sin adorar..., venerar...
GUSTAVO- ¡Escalvo!
ADOLFO-¡Sin una mujer a la que venerar, a la que adorar!
GUSTAVO-¡Que asco! ¡Entonces es preferible que vuelvas a tu Dios! ¡Si tienes que arrodillarte ante alguien vuelve a tu Dios! ¡Vaya ateo que aún conserva el culto a la mujer! ¡Vaya librepensador que no puede pensar con libertad sobre las mujeres! ¿Sabes qué es lo incomprensible, lo misterioso, lo profundo en tu mujer? Nada más que estupidez. ¡Mira! ¡Si ni siquiera distingue entre la c y la z! ¡Y hay algo raro en su cerebro, en su maquinaria! A juzgar por su exterior parecería la de un reloj modernísimo, pero en realidad es la de un reloj de pacotilla.
Las faldas, ahí esta el secreto. Ponle pantalones y píntale bigotes con carbón. Escúchala después con absoluta circunspección y verás cómo suena completamente diferente.
¡Un fonógrafo! ¡Nada más que un fonógrafo que repite tus palabras -y las de los demás- un poquito aguadas!
¿Has visto a una mujer desnuda? Sí, claro. Un jovencito con tetas, un hombre incompleto, un niño de crecimiento precoz que ha dejado de crecer, un anémico crónico con hermorragias regulares trece veces al año.
¿Qué se puede esperar de un ser así?

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